Inicio > Todos mis Blogs > Leonardo Arias…

Leonardo Arias…


Leonardo Arias

Imagen

¡Agarren a ese hijo de puta, no se nos puede escapar!

Sentía el aire quemándole el pecho. Sus piernas temblaban con cada zancada, pero no podía detenerse. Aunque no los veía, podía sentir el rumor de sus pisadas. Pensaba en ella. No quiso huir. Sí tan sólo le hubiera insistido. Ya no importa. Dobló una calle y luego otra. Su carrera se había convertido en una caminata torpe. Se recostó en una pared. Le faltaba el aire. No podía más. La  calle será su tumba.

¡La bendita providencia! Una puerta abierta y la acogedora penumbra de su interior. Como pudo se deslizó hacia ella. Buscó una silla. Miró el lugar. Unas cuantas mesas, un par de uvitas al fondo, el cantinero que limpiaba la barra mientras sorbía una cerveza, el viejo vegetal que lamía una colombina remojándola en su trago en un extremo del bar. Cerró los ojos y por un momento se sintió a salvo.

Su momento de paz fue interrumpido por el cantinero preguntándole qué se iba a tomar. Un vaso de agua, respondió.

¿Agua? Pida algo de verdad o lárguese.

No tenía dinero ni fuerzas para seguir huyendo.

-Una cerveza entonces.

-Eso está mejor.

La cerveza llegó de manos del cantinero. Estaba helada, como el sudor que  le bajaba por la espalda. Haría tiempo. ¿Y luego qué? Podía salir corriendo cuando el cantinero se diera vuelta para traerle otra y sumarle un perseguidor más a su lista.  O sincerarse y confesarle que no tiene dinero, pero que podría pagarle con trabajo esa noche. Miró a las uvitas del fondo y pensó en hablarles, tal vez seducirlas y conseguir que le invitaran la cerveza. O tal vez hablarle al viejo de la colombina. Se veía solo y tal vez si se acercaba con algún pretexto para iniciar una conversación, podría hacerse su amigo. Todo  era ridículo, una real estupidez. La suerte estaba echada.

¿Puedo acompañarlo? Esa pregunta lo sacó de sus cavilaciones. Su presencia y su solicitud le iluminaron el rostro.

-Claro, siéntese, no hay problema.

-Gracias joven. La verdad, es que no hay nadie agradable con quien hablar.

-¿Y las uvitas de allá?

-¿Se refiere a las dos putas del fondo? Sólo hablan si la billetera está gorda y ese cantinero sólo tiene dos frases: ¿qué va a tomar? y ésta es la cuenta. Créame, le estoy haciendo un favor acompañándolo.

La sola presencia del viejo parecía contaminarlo todo. Hedía a fungicida y acompañaba cada frase con un molesto siseo.

-Gracias entonces.

-Por nada. Éste era un bar agradable, hasta famoso. ¿Si ve el cuadro de allá?

Le señaló una foto de un bailarín, con traje de lentejuelas ajustado y una expresión de bailarina clásica de ballet.

-Lo veo, ¿qué pasa con él?

-Ese era yo. Aquí había una grandiosa pista. Cómo recuerdo las luces, los aplausos, el show de baile.

-¿Era famoso entonces?

-La fama. Cómo la extraño. Todo era posible, nadie me decía que “no”. Bueno, pero ya he hablado mucho. Cuéntame de ti. Lo siento, ¿te puedo tutear?

-No se preocupe. La verdad, no tengo mucho por contar, no soy una figura del espectáculo como usted. No tengo pasado y mi presente, es complicado. Digamos que soy un fantasma.

-Pero incluso los fantasmas tienen nombre.

-Francisco.

-¡Francisco! Tenía un amigo que se llamaba como tú. Lo quería tanto. Yo soy El gran Repollo.

-¿Era su nombre artístico?

-Digamos que si Pachito, ¿no te molesta?

-Los amigos… claro. Sabe Repollo, además de informales, los amigos son generosos. ¿Usted me invitaría esta cerveza?

-No se hable más Pachito. Ésta y las siguientes corren por mi cuenta.

-Con esta es suficiente, gracias.

-Pachito, ¿te gustan las colombinas?

-De retoño eran mis dulces favoritos.

-Estás de suerte, mira lo que tengo para ti.

 Con una sonrisa socarrona el viejo vegetal deslizó su mano hasta la bragueta donde un pistilo enorme emergía palpitante.

-¿Quieres? ¿Te gustaría probar mi colombina?

-¡Maldita sea mi suerte! Y arrojándole la cerveza al viejo se paró de la mesa.

– Ven Pachito, no te vayas. Gritó el viejo, ahogándose en un llanto pueril. No me dejes, esta podría ser la mejor noche de nuestras vidas. ¡Perdóname!

Francisco miró la salida. Allí estaban como una ridícula broma del destino. Su huida había terminado. Ya no era necesario correr. No tenía a donde ir. Ni siquiera el horror del gazpacho le importaba. Todo el mundo estaba lleno de mierda.

  1. No hay comentarios aún.
  1. No trackbacks yet.

Deja un comentario